11.11.12

Soy más parecido a un áspid de lo que el resto del mundo conspira sobre mí, todo hay que decirlo. Un alma que se encarga de inmortalizar cada momento, de capturar corazones y puede que también, de ensancharse con la herida abierta hace años. Todo gracias al apego incondicional de un saco de sentimientos reducidos a palabras.
Observo sus facciones mientras su largo cabello rojizo se expande como una gran alfombra por el cojín de mi sofá color ocre. Los ojos bien abiertos, ansiosos, deseosos de avanzar, de inyectarse cada palabra en vena, de tatuarse a fuego lento cada párrafo en la memoria. Y a mí sólo me queda observar, pues hace años que me dedico a narrar su historia, nuestra historia, en lugar de interesarme por la de otros.
Los demás tienen el mismo interés que una mota de polvo que desciende lentamente a trasluz, y ella, ella sin embargo posee la mejor historia que haya podido escribir jamás.
Yo escribo y ella lee, no parece más que una fuerte unión consolidada y a veces, puede que un poco absurda. Pero va mucho más allá.
Observo durante largo rato como muerde su labio inferior, carcomida por la intriga, y yo me intrigo aún más por saber que clase de magia negra me impulsa a sentirla bien adentro, tan dentro que mis palabras se deslizan sobre el folio con tan sólo recordar el leve susurro que producen sus dedos al rozar el papel, áspero, en contraste con la suavidad de unas manos que se mueven como dos bailarinas de ballet, que flotan, ligerísimas.
Cierro los ojos y memorizo su silueta, su mirada, la posición de su cuerpo siempre relacionada con la parte del libro y el efecto que produce en ella y puede que también la frecuencia de sus pestañas cuando caen, inverosímiles.
Cierro los ojos y parece que el mundo se detiene cuando acecho y espío bien de cerca el paraíso y después se esfuma al ponerse en contacto con la cruel realidad. Cuando cierra el libro y sus ojos desbordantes se enfrentan con los míos, y ese duelo, más que nunca, es de titanes, dispuestos a ganar o a perder siempre que sea en compenetración con el otro. Y sonreímos, porque esta vez ambos hemos ganado, siempre ganamos al repetir este ritual que me obliga a erizar la piel madrugada a madrugada. Siempre rodeados de letras.
Mi inspiración se desborda y parece que no hay nada más en el mundo que no pertenezca a ese instante, a esa especie de triángulo que tanto nos une, ese que me he dedicado a crear poco a poco, sin prisas, el que nos traslada a otra dimensión en que no exista más que el color ocre y nuestra droga.
La droga más poderosa del mundo. Hipnotizante y reveladora.
Capaz de extraer los pensamientos más enquistados y también, los recuerdos olvidados al final del cajón de las cosas que no sirven para nada.

Prométeme otra madrugada más, repleta de libros, de historias, de amor.

- ¿Otra vez escribiendo sobre mí?

Como cada vez que su voz pronuncia esas palabras, siempre las mismas, no puedo negarme a responder, puede que también lo mismo:

- No podría ser de otra manera.

Y profiere una sonrisa burlona que me hace volver a querer dedicarle mil y una historias, todas para ella, todas nuestras.





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