24.2.13

(Feigheit)

La luz incidía perpendicularmente por la ventana. La quietud era sorprendente, la exactitud de la madre naturaleza. Rayos de sol nacientes, aún sobrecogidos por la frescura matutina, resuellos de una límpida madrugada, y gotas como balas, hirientes, malogradas.
Salamanca se desperezaba, abría los ojos delicadamente, encendía sus luces, apagaba los ánimos de los valientes. Que caminan ya, arrastrados.

          << Padre, quizás crecí demasiado rápido destrozando el nido, más ya me falta el calor tal que la vida, la ternura de un hogar, tal vez. Ya no hablo, ni siento. Deposito mi mano sobre una chapa ardiendo, sobre el fuego eterno, y no siento nada. Me causa apatía hasta el mismo aire que trepa, escala, muerde, mata.
La ciudad habla por mí pues ni las palabras quiero. Yo sólo la ensucio, la emponzoño porque aún inerte soy capaz de emitir toxicidad. Paradoja esta de no respirar para vivir, sino para mancillar.
Quería huir y mírame, padre, que ya no puedo intentarlo, no puedo escapar, ni andar, ni sostenerme sin este horrendo retemblar. Avanzar sería un suicidio, retroceder una derrota, más el punto muerto, maldito presente, es la tenue consumación de la vida frente a tus ojos.
Me quedo paralizada y no podría existir, opción peor, que la de
la cobardía.

Vuelve a cerrar los ojos, que ya nada acontece, la ciudad nunca se rinde, no se apaga, nunca desaparece sino que se transforma.
A veces en ángel, doce de la mañana bajo el sol dominical, que relumbra diferente, no mires al cielo si detestas la ceguera - yo las conozco mucho peores- y ese halo de luminosidad se asemeja a un empíreo faetón. Sí. Y Salamanca parece dócil, calmada, fiera dormida y sedada.
Otras se transforma en su alter ego, otras es el infierno. Concepto equívoco el nuestro, en el infierno no se erigen amenazantes tridentes, son las estalactitas del invierno - alguien debió confundir las letras al enunciar - sobre tu cabeza. Satanás, Satanás, no es más que el tren que deviene en mirlo, Satanás no es más pérfido que una despedida.
Y también es vacío. En los ojos de una niña, impás de media tarde. Te prometo que aflige ver como cae el sol. Es el vacío porque es el paso del tiempo, ¿dónde se esconde esa estrella? Es vacío porque se asemeja a un agujero negro que engulle sin parar; minutos, horas, astros.
Ángel, infierno, vacío. Es una elipsis crónica, una enfermedad terminal, más a mí me parece una cuchillada seca, rápida, un disparo directo al corazón. Un dedo en la boca que clama piedad. Silencio. Esta ciudad está maldita, o si no, soy yo quien debe estarlo.

          << Padre, repudio hasta el hastío. Detesto todo aquello que me rodea, más ya no puedo volver a iniciar la huida. Si así fuera, volvería a casa -dónde si no-. La manta de franela me daría la bienvenida e ilusa sonreiría olvidando que han pasado ya demasiados años. Acariciaría las flores mustias que mamá olvidó regar el último día. Las regaría con cautela, paciente como nunca lo fui, paciente como nunca lo seré.
Y si es necesario, también yo me zambulliré en agua helada, quizás así florezca de nuevo. Si sobrevivo seré cisne, quizás, abriré mis plumas y volaré. En caso contrario, padre, te ruego a mí también me guardes como a los crisantemos. En un buen libro, me resecaré y haré de fortuito separa-páginas - ya los libros me han demostrado más que los católicos y sus absurdos cortejos fúnebres. 
Padre, esa niña resquebrajada que intenta sonreír ya no soy yo. Quizá podría volver en Navidad con luces refulgentes debajo del brazo, para disimular que yo no brillo, yo soy opaca, pálida, apagada. También podría huir aún más lejos de esta abrupta ciudad, correr como los lazos rojos de las gimnastas, hacer acrobacias, lances, cadencias, caer al fin sobre una cama plagada de recuerdos. Extender la colcha y suspirar. Quizá encontrar en la trashumancia lo que me quita mi anodina y sedentaria vida.
Soy niña nómada, padre.
Más estoy paralizada y no podría existir, opción peor, que la de
la cobardía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario