4.7.13

La voz del hombre hacia el hombre.

Tu voz. ¿Dónde hallar tu voz?
Tu voz no emite más sonido
que áquel que en silencio otros oigan.
Tu voz no quiebra de la nada sin deseo alguno,
no posee la llave que abrirá
la puerta de los lamentos futuros.
Tu voz. ¿Dónde hallar tu voz?
Tu voz sin embargo no es más
que el fruto que brota de tu vientre
el cual te condena a la nada o
al paso del tiempo
que congela un instante como la muerte
o muere siempre naciendo de otras bocas.
¿Por qué no puedo sino atenderme
en otras voces?
¿Por qué no puedo en cambio más que oír otros lamentos?
Sólo soy un alma para otro cuerpo.
Boca para los anzuelos de la vida.
Poemas para los perdidos que añoran las raíces o el pájaro su jaula.
Tu voz. ¿Dónde hallar tu voz?
Que escape la sangre si falta
pero no tu voz
tu voz no clame más que por
el fin del mañana,
la noche hecha eterna
y rendida a la voz,
a la voz que sólo otros oyeron.
¿Dónde hallar tu voz?


Díganme, ¿acaso es posible habitar este cuerpo sin vivir por otros, por otras sonrisas que susurren locura, por otras lágrimas que griten recuerdos, por otros silencios cuando guardan tras de sí el constante zumbido de la vida? ¿acaso es posible sin que vivan por ti?
Mi existencia, sin embargo, no es más que el duro mendrugo de pan que nadie engulle. Y cuando hablo de engullir no hablo sino de entender lo que esconden estas palabras vacuas sin tan siquiera oírlas de mi azorada boca o leerlas de mi propio puño. ¿Quién ve mi desgarro frente al taciturno y lento paso del tiempo, el escozor de la herida que libra en mis entrañas el pasado, el miedo quizá al olvido o a la vida misma?
Cuando digo hombre, no intento sino dejar de ser uno de ellos. Creo y creo en el mundo y para el mundo. Y esto no es nada más que el reflejo de mis certezas y mi obra, mi memoria aletargada y mis uñas que arañan el presente para marcar el futuro, para saberme viva, para que otros me sepan muerta y efímera como el soplo de un huracán en tu oído. ¿Existe sin embargo algo que no sea efímero?
Es por eso que he escrito del tiempo, motor incandescente como el río en que desciende pausadamente nuestro cadáver. He escrito del arte porque es quizás la única forma de congelar el tiempo: amarrando a nuestros tobillos la más pesada piedra del camino, extrayendo nuestro obstáculo como único modo de salvación, como único resquicio perdurable. He escrito del alma, he escrito del alma tanto que la sapiencia del descenso ha dejado de tener sentido alguno, se aleja y es hierática como el vaivén del mar, huyendo para siempre de la calidez de mi cuerpo desnudo.
He escrito a bocanadas del hombre, he escrito entre lágrimas y en la euforia tácita de una madrugada, he escrito del hombre sin saber siquiera cómo puede el hombre escribir de sí mismo, he escrito tan en silencio que mis palabras han gritado el nombre de la tierra, he escrito a pleno grito para que mis palabras callaran lo que yo jamás podré callar.
¿Alguien oirá mis mismas voces?

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