Hemos
logrado avanzar a tientas entre las tinieblas que hoy nos poseen,
dónde hay sólo cabida para el miedo y el recelo. Desde aquí, tu
rostro permanece inmutable, disfrazado de calma y furia. Desde allí,
metamorfosea el mío bajo el agua, como un álveo inevitablemente sin
rumbo. Han tomado mi sangre, no soy quién debería ser y pareces
preguntar dónde quedó la niña que anhelaba tocar la bóveda
celeste con sus propias metáforas, dónde la fe. La oscuridad, el
silencio, el movimiento. Hacen metástasis en mis entrañas y sin
embargo, lo añoro tanto que parece un polvoriento muro erigido entre
el veneno y la sed. Si te digo quién soy ahora, lo derrengada que me
siento cuando pienso en quimeras que antes abrasaban mi sonrisa. Si
supieras cuánto he cambiado probablemente mirarías a la otra orilla
buscando otro espíritu foráneo que no deshilvanara tus ansias de
vivir.
En
cambio, he logrado que el pasado perezca entre palabras, tejiendo
lazos irrompibles que nos separan y nos funden en estas horas
inocentes. He incendiado los cristales desbordando sobre ellos miles
de ocasos, dilatando el tiempo que dura el éxtasis vertiéndose
sobre el cielo, conjugando las artes. He erigido un nido en tu
cuerpo, asiendo la espada que vence a tus fantasmas y besando mis
heridas más profundas. Amor, pienso en ti y no hay cuchillos ni
fisuras, sino una soledad infinita devorando a las bestias del
olvido.
Ahora,
insiste en tu caricia, golpea el halo de luz que ansío rasgándolo
en migajas que caigan sobre mí, que tu afecto paralice mi odio, ¿me
escucharás del mismo modo cuando mi voz no exista? ¿Me leerás
cuando no escriba? ¿Me sentirás cuando no sienta? ¿Seré inmortal
en tu recuerdo?
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