7.11.12

Justo como aquella noche de Febrero en que las calles eran el público y nosotros los mejores oradores del planeta. Cuando intentaba convencerte del enorme abismo reducido al diámetro de un mosquito, equivalente a nada. Justo cuando empezamos a darnos cuenta de que el tiempo nos había tendido su mano, que este partido pretendía jugarlo con nosotros, o será que no teníamos rival o adversario que fuera capaz de derrumbarnos. Y nuestras miradas se cruzaban más que nada porque ni siquiera podían o querían evitarse, se necesitaban tanto que en algunos momentos creía que mis profundos ojos y tus ligeras pupilas iban a colisionar fuertemente.
Abandonamos el frío invernal para hacernos más partidarios de esa calidez que sólo aportan algunos instantes. E hicimos que saltaran chispas, y nosotros quedamos convertidos en cenizas que querían volver a prender de un momento a otro, que querían vencer la química y volver a ser el fuego que antes conseguía consumir acero. Pero no fuimos fuego, ni cenizas arremolinadas bajo la mesa de la cocina, indestructibles, ni siquiera testigos del choque de dos miradas cuya velocidad superaba el rayo más rápido. O puede que quizás fuera también el más luminoso, porque de todas formas, ambos odiábamos la rapidez y la luz.
Tan sólo una excusa más para no volver atrás. Para no ser capaz de coger la caja de cerillas del tercer cajón, sólo para prender yo mismo el fuego. ¿Y quién no se arrepiente mil veces de haber dejado que todo se apagara?
Yo sólo sé que esta vez no habrá invierno, no habrá invierno porque el frío se me coló en los huesos hace meses. Y puede que también porque los choques frontales han dejado de fascinarme tanto como antes.
Sólo espero que algún día vuelva Febrero, no necesariamente volando, y sé que al igual que yo, tú tampoco quieres que venga a la velocidad del rayo.
Pero vuelve.

No hay comentarios:

Publicar un comentario