7.12.12

(Arritmia)

02:30 No es tarde, miro el reloj. Quizá demasiado pronto. Pero ya es insoportable. Cínico, satírico, inimaginable. Mi cama se tambalea y me vierte contra la moqueta sucia y maloliente. O tal vez aún sigo exhausto, enrabietado, apretando con fuerza los puños y arañando con mis uñas la almohada.
El hedor a alcohol es insoportable, justo lo que me aturde aún más. Y emerge del fondo de una botella medio vacía, que me recuerda todo eso que hice antes de. Escucho pasos al otro lado de la puerta, débiles y leves, todavía soy capaz de identificarlos. Claudia entra y su mirada se posa en mis manos pálidas y tensas, justo después mira al suelo. Profiere una mueca y vuelve por dónde había venido. Eso que ha pisado debió ser repugnante, ella nunca me abandona, o quizás sí. Me es indiferente ahora mismo. 

02:45 Aún sigo inerte. Mi cuerpo helado roza una colcha demasiado mustia y marchita, demasiado fría, tiemblo y me estremezco y me erizo hasta que duele. Duele mucho el frío. Comienzo a proferir dolorosas onomatopeyas, fonemas que se pierden siempre al chocar con el silencio que reina en mi habitación. Y rebotan, y me atrincheran a quejidos rotos y voces desgarradas, me reflejan a mí mismo y me oigo con retardo, con demasiado retardo. 

03:05 Mi estómago se agita tanto como cien caballos trotando, al galope, por un prado interminable. El suelo tiembla, la cama tiembla y mis manos tiemblan tanto que parece que van a escapar de un momento a otro. Pero no lo hacen. Pienso en la estabilidad, en el equilibrio y en absurdas maneras de alcanzar eso en este momento. Pero todas requieren más fuerza, o al menos, requieren ser capaz de levantarse de la cama. Imposibilidades. Cierro fuerte los ojos, cada vez más, pero nunca sirve absolutamente para nada porque al abrirlos de golpe todo es igual. Nada cambia. Nada fluye. El tiempo parece estar parado, estancado.  Mientras, mi móvil suena una y otra vez en dios sabe dónde. No quiero saberlo, no quiero oír, no quiero hablar con nadie que no pertenezca al ente de esta habitación sombría y acuchillante. No quiero escapar, por ahora. 

03:30 Sigue sonando. La misma melodía repetitiva y arrítmica. No para. Aturde mi cabeza y me hace gritar a mi también . Ambos podemos chillar y emitir el mismo sonido repelente e insoportable. Pero mi garganta cede, y el móvil permanece impertérrito, se que por dentro está riendo el muy cabrón. Él solo espera que alguien lo estrelle por fin, contra la pared. Ambos, a nuestra manera, deseamos lo mismo. 

04:00 Algo parecido a una lágrima corre raudo por mi mejilla. No estoy llorando. Yo nunca lloro. Yo sólo expulso la ira y el dolor por los ojos. Porque los ojos siempre me escuecen cuando acumulo todo esto. Son la despensa dónde van a parar todas las mezquindades de mi mente. Son lágrimas de azufre, envenenan, quizás por eso mismo me bebo su salinidad de un sorbo, o quizás porque es la costumbre. 
Caigo al suelo, dónde todo es plano y mis manos pueden extenderse y destrozar la moqueta, odio la moqueta. También odio la lámpara victoriana del techo, que siempre se urde amenazante. Quizás ella también quiere expulsar su dolor, pero no tiene veneno, ni azufre, ni despensa. Que se joda. 

05:00 Otra vez los pasos. Esta vez mis manos ya no son capaces de girar el pomo. Esta vez no serían capaces ni de sostener un folio en blanco. Se desplomaría, pesaría más que todo mi cuerpo junto. El folio en blanco es capaz de decir mucho más que yo en este momento. Quiero que lluevan granizos en mi habitación, quiero que alguien cese mi aletargamiento, quiero que me digan que todo es una gran pesadilla y que basta con abrir los ojos para teletransportarse a otra habitación mejor. Quiero ser alguien mejor. 
Mi cuerpo convulsiona y se desgarra. Se quiebra, se resquebraja, me rompe por dentro. Agonizo y chillo, pero esta vez saco la voz del diafragma, como los grandes. Mi garganta ya no rinde, las ocasiones importantes requieren sacar la fuerza del diafragma, perder la fuerza acumulada bien adentro. Esta ocasión necesitaba del diafragma. 

06:00 El sol sale y yo entro. Entro en catarsis y resoplo y me tapo los ojos. Todo cesa, todo avanza, todo parece volver a fluir. Mi cuerpo va urdiendo poco a poco, la sustitución a su rotura. Enjugo las lágrimas y la despensa se vacía, quién sabe cuándo volverá a llenarse. No demasiado tarde. Cierro los ojos. La almohada me hunde cada vez más. Estoy hundido, sí, estoy irremediablemente, hundido. 

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