10.2.13

(Sonntag)


Sobremesa de un domingo cualquiera. No estoy aquí, miro a ambos lados y sólo veo neblina. Sólo mi perdido y destartalado reflejo. Si existe el concepto de muerte, el momento previo a saber qué es la expiración, debe ser como esto. Como el saber que se esfuma entre cafés y risas roncas, la inspiración. Vuelve a casa la agonía, debe haberse ido de fin de semana, y verdaderamente, nadie la ha echado de menos. Decidme al menos, por favor, que esta consumación tenue, que esto que resbala entre mis dedos y me hace mirar a todos lados, es algo más que el deseo de escapar de aquí.
Un anciano rezuma suspiros soñolientos, bostezos tediosos que imprimen en el resto ápices de apatía. Una niña llora, llora porque sabe que a su alrededor todo se basa en un efecto ambiguo, déjame explicarte, que todos siempre se irán y volverán a ti, únicamente cuando la indecencia se disfrace de conciencia.
Y será así siempre, al fin y al cabo fueron fecundados bajo un sentimiento efímero, generalmente con posteriores arrepentimientos, dudas como resuellos, y sólo volvieron a ellos cuando la decencia hizo que escupieran un feto y cientos de miles de remordimientos.
El café comienza a enfriarse. Está demasiado cargado, lo noto, y hace ondas que se rozan y se mezclan con la espuma. Ascienden colinas de humo, y mis ojos se centran en su inesperado baile haciendo que me concentre únicamente en el sonido de fondo.
Una televisión que proclama las mismas noticias de cada día, una banda sonora que nadie escucha porque es como reproducir una y otra vez el mismo vinilo odioso que te regalaron por tu último cumpleaños. También hay un diálogo, no demasiado alterado porque a estas horas las pasiones dejan paso a un abrupto sentimiento de aburrimiento, nada vale nada, más siguen hablando porque resulta impúdico conceder el poder de la razón al que está sentado enfrente. Todos se defienden y se arman hasta los dientes como Diana contra Orión. Son guerreros danzantes, se balancean hacia adelante y hacia detrás, opresores de palabras que lanzan como dientes. Maldito nihilismo. O eso creo que dicen. Y sus propios ideales sinsentido los impulsan a soltar bocanadas de rabia y pudor y sufrimiento que ya no, ya no duele.
Indiferencia. Indiferencia es la palabra que define a los domingos por la tarde. Que define las comidas familiares. Que conduce al cénit los compromisos indebidos. Hastío de relaciones personales, desarraigo de una huraña personalidad. A mí no me surgen esas irrefrenables necesidades de expectorar todo aquello en lo que creo. Porque lo que creo es tan mío como la elección de que no sea de nadie más.
Poco a poco van silenciándose las voces, el volumen de la televisión descendiendo, en picado, así como el sol tras el horizonte dejando a un lado la indiferencia, y dando paso a una horrible,desesperante sensación de angustia.


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