Sobremesa
de un domingo cualquiera. No estoy aquí, miro a ambos lados y sólo
veo neblina. Sólo mi perdido y destartalado reflejo. Si existe el
concepto de muerte, el momento previo a saber qué es la expiración,
debe ser como esto. Como el saber que se esfuma entre cafés y risas
roncas, la inspiración. Vuelve a casa la agonía, debe haberse ido
de fin de semana, y verdaderamente, nadie la ha echado de menos.
Decidme al menos, por favor, que esta consumación tenue, que esto
que resbala entre mis dedos y me hace mirar a todos lados, es algo
más que el deseo de escapar de aquí.
Un
anciano rezuma suspiros soñolientos, bostezos tediosos que imprimen
en el resto ápices de apatía. Una niña llora, llora porque sabe
que a su alrededor todo se basa en un efecto ambiguo, déjame
explicarte, que todos siempre se irán y volverán a ti, únicamente
cuando la indecencia se disfrace de conciencia.
Y
será así siempre, al fin y al cabo fueron fecundados bajo un
sentimiento efímero, generalmente con posteriores arrepentimientos,
dudas como resuellos, y sólo volvieron a ellos cuando la decencia
hizo que escupieran un feto y cientos de miles de remordimientos.
El
café comienza a enfriarse. Está demasiado cargado, lo noto, y hace
ondas que se rozan y se mezclan con la espuma. Ascienden colinas de
humo, y mis ojos se centran en su inesperado baile haciendo que me
concentre únicamente en el sonido de fondo.
Una
televisión que proclama las mismas noticias de cada día, una banda
sonora que nadie escucha porque es como reproducir una y otra vez el
mismo vinilo odioso que te regalaron por tu último cumpleaños.
También hay un diálogo, no demasiado alterado porque a estas horas
las pasiones dejan paso a un abrupto sentimiento de aburrimiento,
nada vale nada, más siguen hablando porque resulta impúdico
conceder el poder de la razón al que está sentado enfrente. Todos
se defienden y se arman hasta los dientes como Diana contra Orión.
Son guerreros danzantes, se balancean hacia adelante y hacia detrás,
opresores de palabras que lanzan como dientes. Maldito nihilismo.
O eso creo que dicen. Y sus propios ideales sinsentido los impulsan a
soltar bocanadas de rabia y pudor y sufrimiento que ya no, ya no
duele.
Indiferencia.
Indiferencia es la palabra que define a los domingos por la tarde.
Que define las comidas familiares. Que conduce al cénit los
compromisos indebidos. Hastío de relaciones personales, desarraigo
de una huraña personalidad. A mí no me surgen esas irrefrenables
necesidades de expectorar todo aquello en lo que creo. Porque lo que
creo es tan mío como la elección de que no sea de nadie más.
Poco a poco van silenciándose las voces, el volumen de la televisión descendiendo, en picado, así como el sol tras el horizonte dejando a un lado la indiferencia, y dando paso a una horrible,desesperante sensación de angustia.
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