28.1.13

(Océano)


Fustigaba la colilla con el dedo índice, como señalando un fusil de guerra que se desploma, inmutable, en un riscal inocente y virgen. No estaban solos, pues los albatros sobrevolaban en dirección al mar, hacia su patria, una patria envidiable cuya limpidez degradaba la tierra del hombre. El mar, por ahora, escapaba a su voluntad y por tanto, a sus irrefutables deseos de devastar todo bajo sus pies. 
Sus ojos grisáceos prometían un gran discurso. Siempre les inspiraba el amanecer, no como ente, quiero decir, más bien como los sentimientos que aparecen cuando el día está en standby y las emociones florecientes, a punto de romper.

Los pies consecuentemente ensamblados, pues el frío desolaba todo ápice de consolidación, y las rocas parecían más rígidas e inertes que de costumbre. 

- Dime, Norah, ¿No te gustaría dominar el mar? ¿Tener poder sobre el océano? ¿Ver como a tus pies se extienden las olas, irrebatibles, invencibles? Algo así como una especie de bañera al antojo de los dioses. El Olimpo, el paraíso, la tierra deseada durante siglos que se extiende y arrebata, que no perdona. Benditas aguas que divagan y deambulan como si guarecieran las desidias del pasado, las vidas que yacen inmortales en la espuma...

Norah volvió a liberar el humo de sus pulmones formando espirales que ascendían lentamente hacia el cielo, y se mezclaban con la neblina baja de una madrugada que se había ido a dormir tardíamente. 

- En ese caso, creo que me gustaría ser parte de la arrobadora sensación de libertad. No coartaría aquello que me da vida, al igual que repulso los crímenes o tal que nunca sería capaz de traicionar a una madre. Escapa a mi voluntad. Y así debe ser. Lo menos que puedo lograr, al ser dominada, es dejarme dominar, pues sólo entonces lograría deificar el verdadero sentido de la emancipación. Créeme cuando te digo, que no quiero que me controle nada excepto la libertad. Ya sabes, a veces me gusta pensar que Baricco también fue náufrago, puede que de sí mismo, como yo. Pues me resulta impensable narrar con tanta maestría las lindezas de una derrota tan legítima. Y perjuro que no me importaría morir así. El ser humano muere en guerras, defiende con un dedo erecto que proclama territorios que él mismo ha confinado, al que no pertenece porque quién sabe a qué diablos pertenece el ser humano...

- ¿Qué quieres decir? - y sabía perfectamente lo que quería decir, pues bajó la mirada y se sonrojó levemente, las mejillas ofuscadas y los ojos chispeantes esperando oír lo que ambos compartían, lo que los anexionaba. Dio otra calada, aunque en su lugar resultaba más complicado frenar las ganas de vomitar la nicotina mórbida, pues los pulmones estaban ya tan acicalados que amenazaban con quebrarse en pequeñas motas de polvo. 

- "El mar borra por la noche. La marea esconde. Es como si no hubiera pasado nunca nadie. Es como si no hubiéramos existido nunca."  Y sólo por esta frase, por mi adorado Alessandro, por la eternidad que  siempre muta, que no recuerda, que se reinventa cada día como si se tratara de la chistera de un mago, sólo por la magia del mar... El mar es mi Dios. No tiene rostro, pues ni siquiera sus rasgos pueden equipararse con los humanos. Es mucho más... y... es paz, es sosiego y es montaraz y...

- Y no me importaría a mi tampoco, ejercer la Inquisición con los fabuladores que conspiren contra el océano. Bendito océano.

- Sí, bendito océano. 

El faro se consumía como una pequeña vela en un prado con céfiro. Su luz era cada vez más tenue, al igual que sus cuerpos, que se deslizaban con las rocas adoptando la posición que encajaba, como un puzzle, con las áridas aristas. Dormitaron unos minutos, tal vez unas horas, o tal vez hasta el amanecer siguiente. Quién sabe. Pues allí sólo permutaba el picar intermitente de las gaviotas junto a sus torsos, y la salinidad del viento que acariciaba sus mejillas con la delicadeza de una sábana de tisú. Las olas titubeantes se mecían con un vaivén mordaz, y el océano, el bendito océano, contemplaba como el paso del tiempo transitaba junto a él, sin pararse siquiera a observar, su inmortalidad, su deífica inmortalidad. 



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