18.8.13

          El fuego no se apaga a los lejos, no es extinta su magia en derredor, chispea y crepita en las alturas del cielo mientras rezuma suspiros incandescentes tras las nubes esponjadas. Átomos de un candor enrojecido se esparcen por el aire, como un faro gigante que se consume silenciando los aullidos de los náufragos. El sol decae en el delicuescente firmamento, acaece un espectáculo de luces fragorosas a los pies del camino de grava, repleto de corpúsculos remotos que vibran en su imagen desgastada.
Observándolo de lejos, entreabiertos los ojos, la lengua exangüe de hablar en demasía, no sería sino un atardecer dormido en el regazo del tiempo. De cerca es una hoguera que se funde con el intenso azul de antaño, la columna de humo es el éter que todo lo envuelve. 

          Las muchachas permanecen sobre un asiento de madera carcomida y roída por la lluvia y los años aposentados en su seno. Un apoyo efímero e irremediablemente incómodo para las dos hermanas. Ambas fingen ser parte del paisaje para atrapar la calidez que desprende la ignición del ocaso como bellas cerillas en invierno.
Anchos vestidos de tejidos finos y vaporosos cubren sus cuerpos lívidos e idénticos, disfrazados de inocencia, intentando vanamente atrapar los últimos resquicios de la infancia. El viento parece agitarlos como banderas izadas al norte, sobre un inerme mástil que sostiene el peso del orgullo humano. 
Una de ellas cruza sus piernas mecánicamente y una bocanada de aire emerge de entre sus labios en un suspiro infinito. Se dispone a hablar y un hilo de voz intermitente no alcanza apenas a quebrar el silencio que allí impera. 

- ¿Es la vida realmente esto, es lo que nos espera fuera del caparazón que aún no hemos roto? ¿Observar cómo nuestros pasos se desdibujan al mirar atrás, como las lúgubres sombras al encender la luz? ¿Atender al persistente grito del mañana, a su reloj que pauta nuestros actos, el entrecortado ritmo de nuestra respiración? ¿Afirmar a tientas que una mano firme nos prenderá en la oscuridad, sin dudar, que el reposo paliará los tropiezos de la enfermedad que puntual devendrá en daga? ¿Es la vida realmente esto? - hace una pausa mientras sus ojos rozan la fina línea del sollozo y el llanto, su mirada rompe en mil pedazos desgajándose el sosiego profundo de hace un rato, la contemplación del crepúsculo.- ¿Llorar como ahora, inevitablemente, cuando decenas de desconocidos me hagan el amor de madrugada y al tentar mi piel no reconozcan la misma piel de hace años, de hace días, de hace horas? ¿Estamos sometidas al olvido, es eso?

         Su hermana rebusca en su memoria las palabras justas, las certezas que no evadan el presente, las dudas que no sobrevivan al mañana. Parpadea y sus pestañas parecen cortinas de sal guardando el secreto del océano embravecido, ahuyentando los sueños inalcanzables, palpando la ausencia. El fuego es ceniza ahora en la cumbre del minúsculo orbe que las envuelve, negrura y espanto, y sus brasas relegan al vasto mapa acrobáticos luceros en la lejanía, reminiscencias de un pasado ardiente sumido en el vaivén de las horas. Se miran y sus voces afónicas sobrevuelan la escena con melancolía. 

- Tienes razón. El destino aguarda escrito, ¿qué importará entonces? Nadie nos recordará eternamente, nadie cabalgará a nuestro lado el miedo a las puertas de la muerte, nadie nos abrazará en la nada cuando sea demasiado tarde para regresar y la partida sea rauda y sin retorno, nadie nos acompañará ni mirará hacia adelante sin el temor inexpugnable de saber adónde vamos. Nadie. Estamos sometidas al olvido, pero, ¿acaso alguien tendrá el valor de olvidarnos?

          Al fin la noche reina en el pavor que las mece, en la sapiencia que devora sus adentros. El silencio recae sobre las grietas de su cuerpo, quejumbroso del golpe miserable de la vida, adolorido al tacto aun tierno. El descubrimiento desgarra la ventura del ayer. Más allá la oscuridad valsa con el caos, paso a paso, y la madrugada los confunde con las ígneas ruinas de un éxtasis pretérito.

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