17.9.13

(Memorias de una ausencia)

Día 1

Un melancólico presagio se hallaba postrado ante mí, sombrío y desgarrador, como un retal de tela pausado, aunado frente a mis ojos. Me he desvelado, atrapada entre una maraña de luces, melodías del recuerdo, que perseguían una y otra vez mis propios pasos. 
Mañana la realidad remachará mi cuerpo, centenares de corceles cabalgando sobre mi vientre, voces codiciosas ignorando mi sollozo, es ésta la única verdad. He pensado en ti. Tanto y tan lejos que creerte hoy existente es pugnar contra mi propia razón.
El desabrimiento es un mal inevitable, me digo. Como lo son también el dolor, la incertidumbre, la añoranza. Todo reducido a una súplica efímera que se pierde en el tiempo, ojalá.
Ojalá un lapso vacío fuera tu huida, días inexistentes, una balsa en mitad del océano del que hablan nuestras hojas marchitas.
Ojalá enclaustrar mi propia conciencia, fajando mi recuerdo. Ojalá cerrar los ojos en la eternidad de un aciago suspiro. 
Ojalá.

Día 2

He intentado dilucidar tu ausencia desde el minuto primero de este día ya extinto, pero esto acaba de estallar y me sé ya desemejante. He atrapado este silencio que impera, prometí hacerlo, y lo he hecho mío, nuestro, como un hilo invisible uniéndonos en la distancia.
He debido mirar caras desfiguradas, deformes, tras este olvido de lo ajeno, y sus sonrisas incógnitas me han desvelado imágenes del pasado como cornisas de una ventana abierta al infinito. Yo, amor, perdida entre las vorágines de un cosmos ilusorio. Tú, compañero de la nada, alzando razones que deseo expeler de un soplo, tu brazo firme librándome de la locura. 
El crepúsculo se reproducía, sus ramas finísimas atrapaban mi cuerpo, aniquilaban las fuerzas, goteaba su esencia en mi boca como la empírea ambrosía de los dioses. Mis párpados de acero ansiaban volar sin agitarse apenas. No he dormido nada. Soy un ánima sin mirada vagando de puerto en puerto, una extensión del cuaderno en blanco recordándote que el tiempo se disipa raudo si no destrozas mis certezas. Mañana todo irá mejor. Volveré pronto. Mas todo se desvanece entre la humareda de estas horas execrables, inmundas. 
He vuelto a escribir como una catarsis, te escribo desde la lejanía, la constante oscilación de una efigie temblando erguida sobre una montaña de polvo. Las calles se extienden ante mis ojos, ahora, impersonales, vacuas, relegadas a la displicencia de un rostro en soledad. Antes de ti no recuerdo la niñez ni juegos en las arterias de esta urbe purulenta, ni aprendizaje, arranque, oscuridad. Antes de ti no recuerdo se había vida o muerte, avidez o tedio. Te añoro.

Día 3 

Ha vuelto el punzante silbo de las horas exactas, el miserere de los coches, los aullidos encizañados y entre la algarabía aún reconozco el bombeo sordo de tu pecho bajo el mío, el eco lejano del estío mientras tu cuerpo ovillado hablaba de toda la tristeza que los rostros no podían revelar. Este sitio no me corresponde, te digo. No es aquí donde puedo desgañitar el angosto desfiladero de mi garganta sin temor a los gritos, quién me echaría de menos si una ráfaga invisible me engullera para siempre, pienso. Lo más difícil es esquivar las sombras. Dime qué hacer si donde otros ven reencuentro yo veo despedida; la constante de mi vida es otear la lobreguez del mundo mientras arriba un fulminante halo de esperanza; negrura y penuria en lugar de paz.
Más tarde alevosas lenguas me instan a penetrar en lo incomprensible, aún no sé quién soy y ya debo discernir en los temores de otros, las metas que anhelan pero ¿y la mía? ¿A dónde quiero llegar yo?
Quien tiene alas no debe tenderse sobre abismos, leo sobre el libro paciente, espera mi derrota, habla de ocasos en el momento exacto en que se aborrasca mi certidumbre. Mañana esta comezón arderá sobre mi piel curtida, a merced de este fuego efímero que siento al recordarte. Indefectiblemente volveré a pensar en ti como una súbita muerte en la memoria. Caminaré a la deriva, el bisbiseo de mis labios cesará para siempre su murmullo. Cuando me beses.



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