10.8.14

(quotidie morimur)

El olor a pimientos asados asciende desde el horno envolviendo la cargada atmósfera de la cocina. Los azulejos, de un luminoso ocre alternado con imágenes de frutas y jarrones, la nature morte expuesta en un minúsculo cuadrado de cerámica. El suelo, plagado de migajas y una arenisca insufrible, consecuencia del viento rebelde que inunda la casa y los jardines desde hace algunos días. 
Me pregunto si los periódicos, meticulosamente ubicados sobre la mesa del salón, las sábanas blancas que ondean en el patio como banderas huérfanas o el arrebol del cielo en esta tarde desplomada son, en realidad, fruto del azar o constituyen el esbozo de una mano generosa.

No se escucha nada, tan solo la respiración entrecortada y arrítmica de un enfermo en cama, sobre el que el aire parece gotear, decrépito, con acritud. No quiero verlo. Sus uñas están teñidas de púrpura y sus venas se diluyen en incómodas gotas de sangre cuando agacha la cabeza. No puede levantarse. Me digo que el mugir de los cables arañando su cuerpo debe ser el único roce capaz de conmoverle. 
Las miradas procedentes de los cuadros parecen difuminarse, y por un momento, siento el desequilibrio de mis pasos al reconocer la curvatura de una sonrisa lejana, el sonido de los nombres en alguna de las fotos. El instante previo a la hora de la muerte debiera ser algo así, este sí pero no, el reconocimiento y el olvido, ahora y nunca en un mismo parpadeo. 

Aspiro ligeramente, anegando mis pulmones con el aroma suave que emana de la estancia. La dulzura se me antoja nostalgia, en un instante. ¿Qué quedará de esto cuando la huida se haya instalado en cada uno de nuestros huesos? ¿Qué quedará del polvo arrinconado tras la mesilla, de los restos de comida abandonados en la basura, de los hilos que salen del encaje de las colchas o del crujir metálico de los electrodomésticos en mitad de la noche? 



2 comentarios:

  1. Muerte que solo dejará atisbos de melancolía, eso quedará.

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