3.1.15

Mérida

En este lugar, justo por donde hoy caminamos,
una niña liberaba sus creencias
exponiendo su inocencia al crimen.
Tenía doce años y las campanas repiqueteaban en su lengua.
La historia siempre apunta tarde al cielo,
eso es algo que se aprende después de la última convulsión y antes del siguiente asalto.
Siglos después, miles de pecadores veneran
el icono en que se ha convertido
con los ojos en llamas;
siguen muriendo mártires alrededor del mundo quitándose la ropa
como ella
mientras sus limpias manos amortiguan los golpes
sin saber que la salvación está aquí
en este gesto
en estar desnuda
cuando el frío arrecia.

En este mismo lugar,
tal vez mucho antes,
otra mujer arrojaba sus joyas con desdén
acentuando sus tensas facciones cismadas;
escogía las precisas, elogiaba otras,
fulguraban yermas
como en un desfile de luces encendidas;
hoy, en dosmilquince, alguien contempla el centelleo
sobre la vitrina, las mismas joyas sin brillo
mujer romana común acomodada y seria
parecen olvidar
cuando describen aquel brazalete argénteo:
recuérdame
que el alma del objeto pertenecerá siempre
íntegramente
al alma del sujeto que lo guarda.

Justo aquí, en este lugar,
la esposa cristiana de Abderramán II,
era partícipe de la orden de edificar
los primeros muros árabes en suelo emeritense.
Siglos después, turistas de toda religión visitan la Alcazaba
último resquicio
de una civilización invasora
en tierra clásica
como lesos arañazos de un cuerpo extraño
más allá de la piel.

A veces quisiera abrazaros a todas,
a todas las mujeres que no he sido a lo largo de la historia
a todas las mujeres que soy
a aquellas que han hendido tan fuerte en la tierra que aún hoy se acaricia su pálpito.

En este lugar, justo aquí, piedra a piedra
hay una conciencia que os releva.

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