12.9.12

Su mirada recorrió varias veces el enorme folio en blanco que tenía delante. Sopesó la posibilidad de hablar de varios temas, sin embargo, ninguno le parecía lo suficientemente convincente. Miró al techo reclamando esa ayuda divina que siempre la abandonaba cuando más la necesitaba. Nada. Blanco.
¿Cómo era posible que a una escritora se le acabaran las palabras? En su intento desesperado de hablar de algo, comenzó a hablar de ella misma. De sus anhelos de juventud; de sus sueños, los cumplidos y los que aún quedaban por cumplir;  de como el paso del tiempo hace madurar hasta las ideas más pequeñas. Y se dio cuenta de que no se conocía. Convivía con una completa desconocida. Conocía a mucha gente gracias a su trabajo, de corresponsal en varios países. Y sin embargo no sabía qué decir sobre ella misma. Sabía qué le gustaba y qué no. Pero no era capaz de enlazar ambos términos para saber cómo era realmente.
Escribir siempre le había servido para desgranar temas complejos, relevantes o simplemente interesantes. Pero ella no era capaz de desgranarse. Ni siquiera sabía si era compleja, relevante o interesante. No sabía nada de ella. Y esta vez, la información necesaria, no se encontraba escondida en algún rincón de internet. Esta vez le faltaban datos si quería elaborar el artículo perfecto. Esta vez sus dedos no le ayudarían si quería escribir algo realmente bueno.
Las cosas importantes, no se pueden expresar con palabras.



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