Hagamos que prenda la ceniza,
que la luna impía
pierda su brillo.
Hagamos que el ser
pierda su maldad, que se
consuman las guerras,
la polución, los cataclismos,
la noche, la ira,
el sexo sin pasión, la metástasis,
la miseria.
Que el sol se apague.
Que el frío queme.
Que la poesía no sea mas
que flores de plástico,
eternas pero mustias,
y azúcar
sin café en las madrugadas.
Hagamos que los chapoteos
descontrolados de un niño
en la piscina
sean música celestial,
el vaivén de un oleaje,
el gruñir de las gaviotas,
el escozor de la sal.
(Creando belleza de lo
artificial.)
Tan naturales, maltrechos,
tan supeditados al instinto animal.
Desafiemos lo existencial,
lo premeditado. Las leyes vanas, la ínfima
ley.
Creemos, creamos, hagamos
Arte.
Arte de un susurro, de las
palabras.
De la tinta virgen, de la dignidad,
de la desvergüenza, la prostitución,
la drogadicción, la procacidad.
Del caos.
Díganme si se puede cambiar el mundo
desde el jodido mundo más nimio.
Que mi mundo no es más que
la tajante imagen de la podredumbre. El
efímero despertar, las mil caídas, las
certezas y las dudas, los tropiezos,
los golpes, el deseo.
Y sin embargo, desde el más pequeño
rincón del mundo, se puede
controlar
la inmensidad.
Dame palabras y creeré,
dame un folio en blanco y,
crearé.
Y haré, y harás, y haremos y
transformaremos al menos
un mundo.
Uno de tantos.
Uno de muchos.
Uno.
¿Acaso no es maravilloso?
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