14.3.13

Reminiscencias

Una niña, una hoja que se desploma, lentamente, con un vaivén mortecino asemejado a un efímero vuelo. Las hojas de los árboles, derruyen , y la niña quisiera ser hoja, para descomponerse en el más tenue descender. 

Nos encontramos en un pedregoso arrecife, que conduce a la vez al origen y al destino de los viajantes. Nos encontramos en un camino sin salida, en el camino sin salida de las almas perdidas como la de la pequeña e inocente niña.
Se halla sentada, los pies cruzados y una lágrima circundante, voraz. Es un lugar desértico y nada tiene de especial más que la vida, más que el sucesivo paso de los segundos ante ti.

El sujeto podría pensar que todo es una metáfora, una macabra broma del destino que acabará en unos días, al despertar, al pellizcar la mejilla tras una horrible pesadilla. Pero lo cierto es que las carreteras de montaña, son en realidad lo más parecido a una existencia, una existencia plagada de náufragos sin rumbo.
Digamos que el individuo sin brújula se halla ante la innata servidumbre al sino, y se limita a esperar que alguien lo salve, que el tiempo pase, que las hojas se desplomen y la vida se consuma como los atardeceres desde una ventana. 

Volvamos al sentir de una niña condenada a la soledad y desesperación tal que la de un alma, espectadora del abalanzar de decenas de carroñeros sobre su cadáver.
La niña ya no sabe que pensar pues su mente no da abasto, acaba de exprimir toda su fe, por eso, en el abrigo de un sauce, con la espalda apoyada sobre el macizo y empírico tronco, parece gemir.
Son sollozos secos, su garganta está ya resentida y llora más por rutina que por conciencia. 
Sus pequeños dedos, zozobran, martillean sobre el suelo produciendo un leve son. Sin embargo, nada parece permutar en el angosto lugar al que la criatura, ha sido arrojada.

Su mutilación es sutil, poco a poco va perdiendo todo aquello que la anclaba. La niña olvida, primeramente, los días que lleva aposentada en el húmedo suelo. Olvida el dolor, olvida el sufrimiento, olvida el motivo por el cual olvida, olvida que está olvidando. Olvida después, los besos de su madre, de una madre que parece ya sólo un recuerdo, una invención de una poderosa mente, la niña ya piensa que la carretera la trajo al mundo, que el alumbramiento no fue más, que el agitar de las ramas del sauce. 
Olvida quién es, olvida qué es un sauce, olvida su vida cuando era vida, olvida qué es la muerte, olvida el leve límite entre ambas. Olvida el momento en que lo cruzó, olvida que está olvidando.

Y así la niña olvida que ya no es niña, olvida que sus mejillas sonrojadas son ahora pálidas arrugas, que sus trenzas rubias son ahora canas, olvida que su pelo al viento ya no vuela, olvida las tardes en la playa y olvida el mar. ¿Puede haber algo peor que olvidar el mar?

Y así, en esa pasiva carretera, que todo ve, que todo oye, que sí recuerda porque es eterna, porque sólo los recuerdos son eternos. En esa carretera que es la vida, solapada por una existencia mustia muerta exánime paupérrima. Sonríe cuando la niña, al fin, deja de lado la fugacidad, y eterna, recuerda cerrar los ojos. 

No temas ya, niña,
no temas pues la valentía,
no existe. No temas
que las reminiscencias son
vorágines sin retorno. 
No temas cuando a tu memoria 
ya no acuda ni el dolor, 
ni la nostalgia, ni los ápices 
de placer, incrustados en la retina, 
en la boca, en el cuerpo. No
temas. No temas porque lo eterno
también debe desaparecer. 
Algún día. Lo eterno, sólo dura un
poco más.  
No temas más por las hojas, 
que con el viento, 
volverán a caer. 
Y ellas no olvidarán porque 
no sienten, porque no
viven.  
Que la única cláusula para, 
poder olvidar, 
es tener, 
algún recuerdo. 




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