11.11.12

Psicosis

Solía ser un ejemplo más de sueño roto. Pese a que tiempo atrás se había prometido una y otra vez que tenía que parecerse a un huracán, dejándolo todo reducido a escombros a su paso; que a una pequeña pluma, tal y como le narraba su reflejo en el espejo, que tan sólo conseguía a duras penas mantenerse entre el asfalto y los pies de los transeúntes.
Desde hacía un tiempo era diminuta, demasiado, para el mundo de gigantes que la rodeaba en todas direcciones. Y aunque se esforzaba por crecer cada día un poco más, jamás podría alcanzarlos si a cada fracaso menguaba un par de centímetros, en eso la experiencia era un grado.
A cada pisotón, había vuelto a casa entre sollozos y ganas de ser engullida por su minúsculo e incómodo colchón, o bien por el cuadro que se erguía ante el cabecero, iluminado por la luz de la gran manzana que había sobre su trasfondo. Era irónico todo eso. Era irónico que aún siguiera en esa horrible habitación, en un lugar que ya no le pertenecía, atada a unas cadenas que ya no oponían tampoco presión.
La libertad la hacía necesitar desesperadamente agarrarse a algo, fuertemente. O quizás sólo fuera la soledad. Pero ambas habían creado una especie de cóctel mólotov que le obligaba a no querer soltar jamás sus estrambóticos puntos de apoyo.
Su imaginación hacía el resto, recreándose en una media naranja absorbida por los altos edificios de su cuadro. Absorbida por Nueva York. Y tal vez ahora estuviera paseando entre tanta gente, agobiado mientras era arrastrado por esa masa que no, que nunca frena. Puede que incluso se sintiera pequeño y solo. Otra vez los mismos lazos absurdos de dependencia.
Y entre dudas, culpaba a la soledad, la libertad o las ganas de crecer y ser engullida por la tierra en apenas dos milésimas de diferencia.
La cuestión pasaba por toda esa historia estúpida que ella misma diseñó a medida. Una especie de mentira edulcorada, azucarada y recubierta por otra mentira aún más fantasma. Pero por lo menos al principio había conseguido convencerla. Y es que antes, cuando todo empezó, todos los indicios apuntaban a que era un sueño, sólo que un sueño a lo grande. Tanto que todas sus energías estaban puestas en redecorar al máximo esa farsa. El sueño creció y ella cada vez iba perdiendo más y más.
Luego, a medida que pasaba el tiempo, el azúcar se fue esfumando o puede que una bocanada de amargor le profiriera más bien un aspecto agridulce. Quién sabe. Pero eso que parecía un sueño, a primera vista, fue asimilando poco a poco la apariencia de una psicosis, tanto que parecía preconcebida por Alfred Hithcock.
Se fue transformando tanto o más que ella. Una especie de metamorfosis a gran escala. Hasta que llegó el día que su estatura disminuyó tanto que se convirtió en la protagonista del thriller.

Y se quedó con la duda de si todo fue sueño, pesadilla o suspense, o si ella había empequeñecido demasiado o los demás le habían hecho tal vacío que ya no quedaba ni rastro de sus cabezas.

Aquello de ser huracán, aquello se quedó tan sólo en un prólogo malo, malísimo, de una historia aún peor.

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