(Russian)

Annie, esta pesadilla sigue aquí. Aún puedo sentirla. Son las doce de la mañana y el frío cala mis huesos cada vez más, de verdad, te lo prometo, esta vez van a caerse a pedazos, van a convertirse en cubitos de hielo, van a hacerme aún más fría. Pensarás que soy repetitiva, sin embargo, te invito a refugiarte tras este invierno, en Moscú, en una plaza cualquiera, rodeada de Stalin, de Tolstói y de Gagarin, porque al fin y al cabo todos me recuerdan a ellos. Creo que estoy agonizando demasiado, sin embargo, esta vez me hallo en un éxtasis similar al de los delirios del gran Woody Allen, sólo que me acabo de trasladar del acogedor y romántico París, a la imperante Rusia comunista. Un político, un escritor y un astronauta me espían, me clavan sus ojos y yo me sonrojo por lo absurdo del sueño, pero casi puedo sentir la revolución distante de Stalin, su azorado discurso; el pacifismo de los libros de León, escondidos en un cajón lejos de aquí, que ahora parecen perseguirme y ponerme zancadillas por no haberlos desempolvado, por haberlos enterrados en vida, como una tortura oriental, no se lo digas a nadie; también la levedad de Gagarin, su valentía, su promiscuidad. Pero no puede ser, todos están muertos, y yo creo, a veces, que estoy viva. Y el resto de la plaza sigue igual, puedo palparlo, esto ya no es la Unión Soviética porque si lo fuera, si lo fuera, pues, creo que lo sabría. Es más, ya ni siquiera está alzada la hoz y el martillo, hazme caso, no soy yo quién agoniza, son ellos, me persiguen, quieren algo. Pellízcame, pellízcame, porque por más que entorno y abro, posteriormente, los ojos como platos, siguen estando ahí, en un banco cualquiera, hablando entre ellos. Y eso no puede ser, ¿verdad, Annie? Porque, ¿qué se dirían? Nada, absolutamente nada. Y es que… Si así fuera, se lo habrían dicho mucho tiempo antes, ¿no crees?