13.2.13

(Vögel)


Me pregunto, ¿cómo verá la vida un pájaro? ¿Observará con vehemencia las desidias de la humanidad? ¿Se avergonzará, tal que un inocente mártir, de la maldad del ser, de la avaricia, su paulatina erosión?
Bendita situación privilegiada la del alféizar. Su ensordecedor tedéum pondrá el punto y aparte cuando sus alas los trasladen a tierras más puras, más cálidas. Júrenme que ese impulso que les conduce a la emigración no es el mismo que destruye mis entrañas, que me corrompe, me resquebraja y repulsa todo cuanto me rodea. Si vuestras pupilas, tal que las mías, lloran descontroladas en la partida, pues el árbol sigue siendo su hogar pese a parecer un presidio.

Me pregunto si como yo, se extrañan del apabullante peso de las hojas en el otoño, de la asombrosa fuerza del viento que reduce a ceniza el fuego del verano. Las arrastra, temen al paso del tiempo. La velocidad los rehuye, más yo creo que su columna vertebral está formada de pequeñas prestezas. De agilidad.
Si cuando vuelan, saborean también la libertad, si las corrientes acarician su etéreo plumaje y lo agita como sábanas de lino tendidas una mañana de primavera. Quizás ellos no, ellos repelerán su tacto tal que una arisca gata en celo.

Y en las nubes, dónde aumenta la presión mientras desciende la benevolencia terrestre, sienten el vértigo en su sien, si en el aterrizaje no los acecha un pánico atroz, si su sangre no discurre como un torrente a punto de escapar, de reventar y consumarse un pequeños trozos rojos, lazos que ornamentarán quizás el pelo rubio de una niña bella. -Y la niña mirará al cielo, asombrada por tal traílla, por un regalo de los ángeles- .
Yo también miro al cielo, y si que veo ángeles, son tan ingrávidos, también tienen alas, y me aterran cuando apuntan en picado como Mercurio, justo en el instante en que una flecha se desplaza hacia tu esternón, acongojándote.

A veces, os prometo que contemplo tras mi retina, conduciendo el avión de mi consistencia, lo que se siente al ser pájaro. Abro mis brazos, los extiendo y planeo y casi soy capaz de equipararme con un águila. Siempre al acecho de cualquiera que se ponga en mi camino.  Y me cruzo con ellos, y noto su pavor al ver a ese trozo de metal que intenta imitar su forma, el descorazonamiento humano, palpable cuando sobrevuelan la bóveda celeste como si quisiera asemejarse a las maravillas de la naturaleza.

¿Cómo verá la vida un pájaro, en aquellos territorios tan mortecinos como la sombra que proyectan las lúgubres lápidas? Cuando los nidos encojan y se sientan prisioneros de sí mismos, me pregunto si las inseguridades se esfuman al alzar el vuelo, o por el contrario, se consolidan y se hacen un nudo trepidante. 
Admitan que no es precioso deflagrarse tal que los fuegos artificiales, lejos de tierra firme, soñando porque los sueños, se consiguen sólo cuando la raigambre asciende y trepa y alcanza el cénit.

Y alcanza el cielo - ¿para qué le servirá ver la vida a un pájaro, pudiendo ver el cielo?.

2 comentarios:

  1. Eres impresionante, como los pájaros. Nada más que decir.

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  2. Impresionante es todo lo que una frase así puede hacerme sentir. ¡Muchísimas gracias!

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