3.3.13

Perros que aúllan, sollozos leves los que emanan de sus garras, a punto de despedazar las sobras de una familia cualquiera. Y a mí me resulta, lo más romántico que vi desde que llegué a este frío banco en mitad del fin - y del inicio - del mundo. 
Sus pelajes largos, sus dientes afilados, absurdo intento ese de domesticar el salvajismo. Si el salvajismo existe, es para saborearlo, mirad todos lo que ha conseguido el ser humano con sus necios intentos de atrapar, en un puño, todo cuanto le rodea.

Me encuentro en la repisa de una ventana que no es la mía. De una casa que no es la mía y una ciudad que, lejos de pertenecerme, es quien me maneja a su antojo. Nos poseemos, mas es ella la que rige, me acurruca por las noches bajo los lúgubres pinos de un lúgubre parque, me desvela a media luz, un rayo de sol mortecino. Buenos días, buenos días, recodo de la infancia durante la media tarde, tanatorio en la más angosta nocturnidad  Yo no soy mío, ya no soy mío. Después de ver el envilecimiento de todo lo que me rodea ya no soy nadie. Los coches pasan como aviones de guerra, la prisa me acompaña y me adormita, discute con la pasividad de mis días, antítesis ésta y ¡corred!, vosotros que podéis. Por ahora.

Se ve un bloque de pisos desde mi asfixiante situación. Una luz que amenaza, cegadora, y una viuda de negro vestida de blanco, un camisón y un tirante que cae con lascivia. Muerde sus uñas como último intento de cenar, también, la soledad. La mandíbula, arrasada por una oleada de compulsión, salta sobre su presa, agita los dedos cual pianista. Bendita delicadeza la de sus dedos, que buscan impacientes, quizá remedio contra su precoz artrosis.
Esa mujer, me parece el reflejo de la noche, esa mujer podría ser el amor de mi vida o mi cataclismo, si yo quisiera, si yo quisiera. (Mas quiero bajar la vista y ser yo, quién muerda, esta vez, sus uñas).
Niños que juegan, en el piso de arriba, arman sus ejércitos hasta los dientes. Ellos ya prevén que el futuro los convertirá en víctima, propugnará la rivalidad - mas ellos querrán oír pugna-. Por fin.
La paz no existe como tal, la paz es la ausencia de guerra, y la guerra siempre está presente. Lo veo en sus ojos. Lo veo en los árboles. Lo veo en las hieráticas manos de la viuda. Los niños lo saben mientras sus padres, bajo el mismo techo, hacen el amor. Ellos suspiran, en silencio, mientras sus hijos gritan al ver los soldados en primera línea de reyerta. Mas cuando ellos gritan besando el cénit, son sus hijos los que rendidos, suspiran.
La existencia está basada en una gran contradicción.

¿Y yo? Detesto la palabra vagabundo, soy explorador de la noche, explorador de la calle, explorador no por elección propia sino del destino. Soy más bien un gato aunque las sombras me repelen. Soy la nicotina de un cigarro, un choque letal, soy el acero desparramado por la calzada, soy las luces de la ambulancia y también, las de la madrugada, soy la palidez de una sábana, una expiración inoportuna.
Soy cualquier muerte, paupérrima batalla. Soy lo que tuve que ser, y vago, sí, vago por las calles como el espectro que debí ser. Pero no un vagabundo.

Una vela se consume, a los pies de un improvisado mausoleo en pleno asfalto. Pide un deseo, sopla fuerte, sopla para que escape como un hálito la parsimoniosa búsqueda. ¿Qué busco? ¿Qué  es esto? Quizás pudiera ser la confabulación del hado. Quizás pudiera ser mi propio ser, conduciéndome irremediablemente a las puertas de mi rendición, claudicación; la lujuria de una noche que me convirtió en esclavo. 
Buenas noches, anónimo difunto, alguien te aguarda aquí, sin saber quién eres, sin saber quién es; un leve soplido, un humo que trepa y te desea, por esta noche, meritorio descanso. 




2 comentarios:

  1. Cómo atrapas con tus letras, me gusta :)

    ¡Besos!

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  2. Muchas gracias, a mí me gusta que puedan atraparte, eso ya es inmenso :)
    Un beso.

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