Retales.

I 

Déjate, amor, ser sólo silencio entre falsas palabras

rechazo inconcluso en las más puras noches, 

déjate, amor, déjate ser retal de mis huesos rotos

que encaje tu cuerpo en la soledad de mi cuerpo.

Déjate ser mentira, déjate doler, doler, doler, 

como duelen los versos en esta madrugada

como duelen al alba

estos labios fríos. 

II

El mañana. El mañana será apenas una trémula noche

que nunca besará el día. 

Adornando de negro sombrío mis pómulos lívidos

cerraré mi boca como cierran sus párpados los muertos

para no ver la hiedra del tiempo

arraigar en su piel seca. 

El mañana. El mañana tintará de ocaso 

mis frágiles maléolos enfermos,

ya no caminaré, ya nunca más,

seré pasto del pasto de la vida, 

que me engulla el mañana y regurgite. 

III

Yo no sé de paseos de canto fino,

de pies en aguas que versan

entre olor a naranjo,

yo no sé de cautas formas 

de senos escondidos

de pubertad vivaz bajo el ombligo

de infancia dormida

o de rechazo al tiempo que

devora veloz mis fantasías.

Pero sé de recuerdos como cárceles, 

como anclas de barco ancorar 

en mis pupilas

sé de mentiras

y de dolores tan fuertes que desgarran.

IV

Cuando el hambre aceche 

- como el cadáver que espera tu hallazgo

a los pies de la cama -

olvida las palabras vacuas

el deseo de poner fin a cada imagen

déjalo, deja el veneno del trivio escondido

déjalo, 

y rompe como un buitre entre tus dientes

la poesía de tus adentros 

para empezar de cero sin retorcer de entrañas.

V

He visto barcos extintos y volátiles

entre las mareas

retazos de memoria incomprendida

y se alejan

navegando sin prejuicio, sin pecado, 

más allá del pecado, del prejuicio, 

entre corrientes que agitarían 

cualquier cólera enraizada

eso, eso es, 

ese avanzar simultáneo de vela izada

en el viento es

irremediablemente el objeto final

de mi agonía. 

VI

A lo lejos se columpian pequeñas gotas sumisas de calor incandescente. El sudor se agolpa en los muslos y en los cristales, tan inmaculados que atentan con romperse como perturbación incitante, como fin del silencio de entrañas mugido. 

Mujeres. Mujeres robustas, mujeres frágiles, mujeres como ardid de madrugada. 

Cuya mirada es la puerta a un horizonte incierto, hállese difuminado de impresionismo tímido, como acuarelas diluidas de un niño, y la distancia es autoimpuesta para besar el arte de sus trazos indomables - sus cinturas perfiladas de descensos inagotables, sus mejillas marcadas con prófuga picardía, sus manos que reposan bajo sus senos pueriles.

A lo lejos, estío y paz, veo mujeres que respiran, respiran, callan, muerden, callan, muerden. Como yo.

A lo lejos, caminos que cesan la vida colérica, de calidez, de pecado, de sangre.

Si fuera pájaro, me acogería en sus brazos y ese mi aferrar maldito a la existencia. Reclamaría a cánticos una vida menos bella, menos teñida de efímeros amores que se expulsan como fetos, como rotura.

A lo lejos, sólo mujeres que lloran, mujeres que mueren, de la mano de un después desconocido que las prende de las manos, y las desgarra.