15.7.13

(Relato de un cuerpo)

Aún no se ha apagado afuera la tenue luz de la tarde. Exiguamente, los reflejos dorados escapan entre las nubes provocando una llamarada de oro sobre los edificios punzantes de la ciudad. 

La persiana se mueve ligeramente en el regazo cálido de una casa enraizada a la tierra. Una habitación cerrada al bello incendio que azota la vista. Una habitación caótica cuyas paredes aparecen punteadas como si las líneas blancas que la componen temblaran de frío al ver el cruel reflejo que se libra frente a ellas.

En el espejo hay un cuerpo. En el espejo hay un cuerpo de piel apenas moteada por el sol y el tiempo, con manchas oscuras que besan la pulcritud en el trazo de sus curvas. ¿Dónde quedó la dulce palidez de la infancia en sus costillas finas? 
Los huesos clavados asemejan la muerte en los ojos fríos de un cadáver. Los huesos marcados son el alba allá dónde el firmamento separa ideas, son el poema en tu memoria, son el mar de primavera en tu boca sedienta de algún remanso de paz.
En el espejo un cuerpo se retuerce en la afonía de la transparencia. Un corazón acoge encabritado las súplicas de las palabras huidizas, la pasión de un presente cadencioso. Unas tripas gritan la inexpugnable batalla del mañana. La sangre recorre los silencios como si fuera la última vez que la biología callara.
No hay cuerpo que no albergue el dolor como el placer, el estómago y el sexo aguardan exaltados sobre cualquier órgano inmóvil. Son las partes rebeldes de la anatomía humana.  

Aún no se ha apagado afuera la tenue luz de la tarde y en la profundidad del cuerpo no hay más oscuridad que la de las venas vertiendo la vida en un pozo sin fondo invisible. 

¿Debo dejar que la negrura devore mi cuerpo y trepe por mis muslos como un reptil maquinal?
En el espejo no hay un cuerpo sino un suicidio. En el espejo no hay un cuerpo sino un poema que nadie susurra en mis oídos. 
Unas manos abiertas para atrapar el pálpito incesante de la tierra en la garganta. Unos dedos que alcanzan la metástasis del amor cuando te tocan. Unos nudillos que golpean la vida como si fuera el resquebrajamiento del frío cristal de sus pupilas. 
Los vértices se asemejan a las olas y son la espuma algunas otras mentiras lacerantes.
En el espejo un cuerpo y en el cuerpo un vacío que acrecienta su forma sin descanso, como una enfermedad que despliega sin retorno sus alas púrpuras, como la ponzoña besando sus adentros. 

Un cuerpo que siente vértigo al mirar su vientre. Un cuerpo que sin resentimiento despedaza otros cuerpos, otras pieles más puras, otros miedos, un cuerpo que late por escuchar otros latidos lejanos tan tristes como los suyos.
¿Debo arañar mis piernas para que así dejen atrás estas podridas raíces?
En el espejo un cuerpo. En el cuerpo una vida que paulatinamente cesa en el desgarro de otras voces. Una llama prendida en el suave resquemar que la huida deja en tus amígdalas. 
¿Puede la rabia habitar un cuerpo? ¿Puede un cuerpo amar lo que tiene dentro aunque degluta sin cesar todo cuanto es?

En el espejo un cuerpo se evapora en la noche. En el espejo un cuerpo apaga el fuego de su entrañas y cierra, al fin, sus ojos destructores. 

3 comentarios:

  1. A veces, cuando un texto me emoviona, no me salen más que palabrotas. Así que, lo siento, porque es tu blog, pero voy a permitirme ser una malhablada: Joder, qué pedazo de relato. En serio, Rosa, que puta pasada. No es solo original, es... No sé. Palpable. Puedo sentir el desgarro instalándose en mi pecho al leerte y sentirme plasmada en esas palabras. Es como entrar de lleno en la situación.
    Arte, joder. Arte.

    <3

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  2. Perdón por la falta: *emociona.
    (y que sepas que aún sigo murmurando palabrotas).

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  3. Muchas gracias, Alba. Que sepas que para mí es un placer que te pases y digas todas las palabrotas que quieras siempre que verdaderamente despierten algo en ti.
    Un beso enorme :)

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