31.8.13

(Re-nacimiento)

No debería volver a descender a la purga de lo cierto, la autoflagelación, la necesidad de gritar a la nada las lides del pasado. Pero el verano como amansada fiera, gotero nublo sobre nuestras bocas hambrientas, se ha disipado ante nuestros cuerpos e incita a desmenuzar lo oculto, carne de mis manos ávidas, exangüe al tacto, como yo.

          A quién le importa si el vacío me hizo presa una vez tras otra, si dormité bajo su influjo, la negrura que rebosa en el filo de la noche. Algo comenzó a regurgitar en mis adentros en la extraña humedad de la placenta, propulsaba el pálpito de mis órganos temprano quebradizos, mis maléolos reconducían el paso hasta el abismo como las alas impávidas del pájaro agitándose inconscientes frente al crimen. Una estrecha vereda de peligro se erguía ante mis ojos y se desdibujaba tras de mí. En la lontananza lamía mis heridas, las cosía con el soplo infinito que escapaba de mi boca silenciando su ruego ante el destino, desconocía que algo después deshilvanaría todas mis imperfectas bregaduras y las haría mayúsculas, como espina escindiendo en la carne y rasgando la inmaculada piel de la rosa.  La bóveda celeste se hizo presidio de una visión incandescente, la madrugada era refugio de quimeras palpitantes, víboras que despedazaban mi fe ciega y hacían arder todo resquicio de esperanza. La insólita enfermedad se desbordaba en la desnudez de mi cuerpo en una perpetua barricada de daños. Nadie se percataba de la soez conflagración que se libraba en mis entrañas, anegando mis pulmones de agua invisible incapaz de saciar mi ardiente sed, tañendo mis cadavéricos senos como los de una musa a las puertas del éxtasis. 
          Al fin, el furor de mis pestañas impelió la consciencia, novísimos luceros desteñían un resplandor de herrumbre en la lejanía, acaté mi mal tácitamente como una lluvia de acero sobre mis hombros; yo quería brillar también; mi pecho de ámbar refulgía íntimamente, mi súbita lengua envilecida quería susurrar al mundo la bravura de mil mares en prosa, los clandestinos anales de un verso infinito, la fe ciega en lo eterno pese a la ausencia constante del aliento. 

          Lo que quiero decir es que hace un año que enjuicié las cornadas de la vida, definí la pérdida de los años y me decidí a hacerlas un único anhelo perpetuo: quebranto ante el paso del tiempo. Hace un año la lúcida razón gritó en la noche, vi la destrucción como una exhalación efímera, la muerte como un rumor inevitable, la literatura como un murmullo catártico. Hace un año los vértices de mi cuerpo se alinearon y un tajo letal hendió en el relente del sosiego. Hace un año mi sangre coaguló bajo el miocardio, la ingénita escarlata nunca había reclamado mi atención de tal manera; hay veces en la vida en que las mismas voces resuenan tan alto día tras día que eres incapaz de advertir la belleza de su timbre. 

          Ahora el claror de mi alma titubea en la cerrazón desesperada, la fluyente convicción que se disipa. Obedezco al etéreo dictado de los muertos, me rindo ante el misterio del tráfago existencial, la caducidad de nuestros sueños, la inmortalidad de nuestra pugna como un pájaro de fuego deflagrándose en el firmamento. Desesperadamente me busco en otras voces, escudriño mi lugar minuto a minuto, oteo como el avión de papel se quiebra contra el muro y nadie impide su declive. 
Quizás es tiempo de cesar la oda al ayer; al fin alimento mi desazón con palabras sin fondo, tenté el camino y huí sin remordimiento, abandoné el nido, codicié los muslos vírgenes de otros y me sumergí en un hogar cuya espuma encharca mi memoria, evoca el amor. 

          Desaprendí a vivir. Aún desaprendo. Aguardo los impactos con benevolencia. 
He aquí la crónica interminable de mi vida desde que volví a nacer un año atrás. Bendito el instante en que descubrí mi maldición, mi bella fiebre, dueña de todos y cada uno de los instantes posteriores.  


4 comentarios:

  1. Me alegro mucho por ti, Rosa. Espero que este momento perdure.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, yo también lo espero :)

    ResponderEliminar
  3. Yo he muerto para volver a nacer ya tres veces. Mi último simulacro de muerte ni siquiera me dejó fuerzas para resurgir de las cenizas, así que, ¿sabes qué decidí hacer? Curarme las heridas.
    Revivir para darle a la vida una segunda, tercera, cuarta oportunidad no lleva a ningún lado. Es mejor guardar las cicatrices con soberbia y observarlas cuando sientas que todo lo demás se quiebra.
    Quizá así consiga ser feliz.

    <3

    ResponderEliminar
  4. ¿Aprender a convivir con las cicatrices? Supongo que tarde o temprano todos acabamos haciéndolo. Pero hay heridas tan profundas y enquistadas que forman parte de ti, siempre lo han formado, y la única opción es matarte lentamente para que ellas puedan también morir contigo.
    Un beso :)

    ResponderEliminar